Sentada en el sofá de casa mientras veía los dibujos con mi hijo de 5 años mi pulso se aceleró a más de 200 pulsaciones por minuto, intentaba respirar, pero no me entraba el aire. Rápidamente, me levanté, abrí la puerta de la cocina y salí al jardín. Intentaba inspirar, pero el aire no me entraba. ¡Pensé que estaba sufriendo un infarto! Pero tras unos minutos de pánico, la taquicardia, tal y como había aparecido, desapareció y mi frecuencia cardiaca se normalizó. Dejándome con un sudor frío y el convencimiento que esto no podía seguir así.
Este había sido el último de mis ataques de ansiedad, pero hacía mucho tiempo que estos se producían, aunque quizás este si que fue el más intenso y el principio de esta historia.
Los ataques se venían produciendo desde hacía ya muchos meses, en la mayoría de casos eran sudoraciones, incremento de la frecuencia cardiaca, sensación de ahogo, nauseas… Estos ocurrían en multitud de situaciones, pero en general los domingos por la tarde, por la mañana bajando en coche al trabajo y viendo el bloque de oficinas donde está mi empresa, tras volver a casa tras el trabajo y sentarme tranquilamente en el sofá… Al principio eran bastante aislados, pero en las últimas semanas se hicieron casi diarios y cada vez más intensos.
Pero el inicio de todo no fueron los ataques de ansiedad, estos fueron la consecuencia última, la forma de expresar mi cuerpo que ya no podía aguantar más.
Es difícil decir cuando empezó todo. Ya que es la suma de muchas pequeñas situaciones y reacciones: el no saber decir que no y asumir más responsabilidades y trabajo del que puedo gestionar, el buscar continuamente el reconocimiento por la falta de confianza en mi misma, el hacer siempre lo que se espera de mi en lugar de lo que quiero hacer realmente, el querer ser una “superwoman” del que mi equipo se sienta orgullosa sin admitir que las super mujeres no existen… en conclusión en ponerme sobre mis hombros un peso que ni me toca ni es necesario.
Este exceso de presión y trabajo hacía que tuviera que dedicarle cada vez más horas al trabajo, superando diariamente las 10 horas y llegando en algunos casos a las 12 horas durante varias semanas seguidas. Pero no penséis que en esos momentos me sentía mal, no al principio era feliz ya que dedicaba horas a lo que realmente me gustaba. Durante una época, estuve involucrada en la creación de un nuevo negocio, que me motiva mucho, y al que no me importaba dedicarle muchas horas. Realmente era feliz haciéndolo.
Pero nuestra energía y fortaleza son finitas. Este sobre esfuerzo diario me iba mermando poco a poco. Durante las noches me costaba conciliar el sueño, a las 10 de la noche estaba totalmente agotada y me quedaba muchas veces dormida en el sofá, pero después a las 2-3 de la mañana me despertaba y ya no podía volver a dormirme. Junto a las alteraciones del sueño aparecieron problemas gastrointestinales, en situaciones de estrés perdía el hambre y podía estar días sin casi comer nada, o sufriendo digestiones muy pesadas o alternando periodos de estreñimiento con diarrea.
Otro de los síntomas que aparecieron fueron la dificultad para concentrarme, cada vez me costaba más esfuerzo focalizarme en las tareas que tenía que realizar, lo que implicaba que había de dedicar más tiempo a cada una de ellas, incrementando de ese modo las horas a trabajar. Con tal de compensar esto, empecé con el “multitasking” es decir estar al teléfono e ir revisando emails, o en una teleconferencia y revisando un documento… Los resultados fueron catastróficos ya que en la mayoría de casos no recordaba ni lo que se había hablado en la reunión ni las decisiones que habíamos tomado. Lo peor fue, cuando personas de tu equipo hacen algo y preguntas porqué y te dicen que se lo dijiste tú, pero tu no recuerdas nada de esa conversación, ni esa decesión. La sensación de inseguridad y que estás perdiendo la memoria es horrible.
Viendo que la situación me estaba superando decidí contactar con un psicólogo para que me ayudará a salir del bucle donde estaba metida. Creo que fue una de las mejores decisiones que tomé ya que la cosa se me estaba yendo de las manos.
Mi experiencia con el psicólogo se podría comparar con la reforma de una casa. Si con la reforma de una casa y os diré por qué. Cuando quieres reformar una casa, en especial si esta es antigua, te planteas: cambiar los baños, la cocina, el suelo, ventanas y pintar. Esta es tú idea inicial pero cuando llega el arquitecto y empieza a analizarlo todo, te comenta: “Uff hay una pérdida de agua en el baño que necesitará que levantemos la bañera y veamos de donde viene. Además, la instalación eléctrica y de gas es muy vieja y no cumple con la normativa con lo que la deberemos cambiar”. Es decir que lo que tu pensabas hacer se complica ya que los cambios no tienen que ser solo superficiales, sino que para que todo funcione bien hay que hacer cambios más profundos que no se ven pero que afectarán al resto si no se realizan.
Esto es lo que me ocurrió con el psicólogo, yo iba por un problema de BurnOut y él detectó que había mucho más en mi interior que había de ser tratado previamente, como por ejemplo mi falta de confianza en mi misma y esa búsqueda de reconocimiento continuo de los que me rodean.
Consejo: si así lo consideráis y tenéis la posibilidad, poneros en manos de un buen profesional que os ayude en todo este proceso.
Tras este inciso del psicólogo, me gustaría volver a ese momento en el cual ya veía que la situación se me estaba yendo de las manos. Los cuadros de irritabilidad, olvidos, falta de concentración eran cada vez más frecuentes, situaciones con cierto grado de complejidad que antes hubiera gestionado sin problema se me hacían un mundo y ocupaban mi mente durante días impidiéndome dormir. Viendo que ya no podía más y coincidiendo con el periodo vacacional decidí tomarme unas semanas más de vacaciones sin sueldo para intentar descansar y desconectar. Con la esperanza de poder recuperarme.
He de deciros que cuando le comenté la propuesta a mi psicólogo me dijo que eso no iba a solucionar el problema, pero que si yo consideraba que me iba a ayudar que lo hiciera. Como os podéis imaginar, la vuelta al trabajo, tras estas semanas de vacaciones no solucionó el problema, aunque si que redujo algo los síntomas que venía sufriendo. Al preguntarle al psicólogo a este respecto me dijo que los problemas de la mente no se solucionan con el descanso físico. Y así lo pude comprobar.
Tras la vuelta de vacaciones y el incremento de trabajo, este cuadro de estrés se transformó en ataques de ansiedad. Al principio eran solo sudoraciones, después estas sudoraciones se acompañaban de taquicardia y al final apareció la sensación de ahogo y dolor en el pecho. En más de una ocasión tuve que salir de la ducha ya que no podía respirar y con miedo a perder el conocimiento y caerme.
En las sesiones semanales que tenía con mi psicólogo el siempre me decía lo mismo: Eva, tienes que coger la baja no resolverás lo que te pasa hasta que lo hagas. Y yo siempre le contestaba lo mismo: Ahora no puedo, vamos a esperar a después de Navidad, no puedo dejar al equipo y a la compañía colgada, estamos en pleno cierre, preparando el Forecast y la reunión de ventas.
Todo eran excusas para no admitir que tenía un problema. Para no romper esa imagen de super mujer que me había creado. Y que cogiendo la baja, por estrés, mostraría a todo el mundo que era débil, que había fracaso, que me había roto y no había podido soportar la presión. Es triste decirlo, pero a lo largo de todos estos meses deseé sufrir una enfermedad física que me permitiera coger la baja y no tener que aceptar y comunicar que la enfermedad que tenía era psicológica.
Durante todas las Navidades estuve dando vueltas a la idea de coger la baja tras la reunión de ventas. Pero tenía miedo, miedo a explicarlo, miedo a la reacción de mi jefa, miedo a lo que pensara mi equipo cuando se enterara, miedo a como se lo tomarían el resto de mis compañeros. Ese miedo invadía toda mi mente, no podía pensar en otra cosa, me imaginaba la peor de las situaciones y eso aún me estresaba más y me creaba más ansiedad. Era un círculo vicioso que me estaba matando. Mi mente estaba intoxicando mi día a día.
La decisión la tomé el viernes que sufrí el ataque en el sofá con mi hijo, y que os he explicado al principio. Tuve claro que no podía seguir así, que estaba enferma y que si quería curarme necesitaba descansar y desconectar totalmente.
Ese lunes en la reunión mensual con mi jefa le expliqué la situación, le dije que ya no podía más que había perdido totalmente el control de mi vida y que necesitaba dejar el trabajo por una temporada. Su respuesta fue mucho mejor de lo que hubiera esperado, comprendió la situación y apoyó mi decisión de coger la baja y recuperarme. En ese momento comprendí, lo idiota que había sido imaginando su reacción, poniéndome en la peor de las situaciones cuando nada más lejos de la realidad.
Consejo: no os preocupéis por lo que pueda pasar. Es una tontería empezar a sufrir por algo que no a ocurrido, y que solo lo estamos imaginando en nuestra mente
A lo largo de esa semana, preparamos el traspaso de mis tareas a ella misma y a otras personas del equipo. También explicamos a mis compañeros y colaboradores la situación y que durante unos meses no iba a estar operativa. He de deciros que en todos los casos la respuesta por parte de cada uno de ellos fue muy positiva. Recibí el apoyo de cada uno de ellos y la confianza para que me fuera tranquila y no me preocupara por nada, que lo más importante era que me recuperara y volviera cuando estuviera preparada.
Una de las cosas que más me sorprendió fue que varios de ellos me comentaron que hacía meses que veían que la cosa no iba bien, que estaba en una espiral de autodestrucción. Y que no entendían como había podido soportarlo durante tanto tiempo. También me comentaron que no hay super mujeres, y que no tengo porque poner sobre mis hombros tanto peso. Y que me quieren, respetan y admiran por lo que soy, pero que soy yo la que no me quiero y la que me exijo demasiado. Y que aproveche este tiempo para empezar a quererme y cuidarme.
El viernes cuando salía de las oficinas, por un lado, me sentía liberada ya que había cortado con el trabajo, una de las fuentes de mi estrés, pero por otro lado asustada ya que no sabía que haría el siguiente lunes cuando me levantara y no tuviera que ir a trabajar.
Muchos estaréis pensando, esta mujer es tonta, estaba agotada, sabía que necesitaba desconectar para recuperarse, y cuando lo consigue tiene miedo.
Pues sí, tenía miedo. Era la primera vez en mi vida, que no tenía escrito el guion de lo que tenía que hacer. Significaba levantarme por la mañana y no haber planificado en que ocupar el resto de horas hasta que mi hijo volviera del trabajo. Y esa incertidumbre me asustaba. Además, había observado que los ataques de ansiedad aparecían cuando estaba tranquila y sin hacer nada. Y yo no quería que los ataques se produjeran, con lo que necesitaba ocupar mi cuerpo. Y que idea se me ocurrió, pues pintar la casa. Así que ni corta ni perezosa me fui a comprar pinturas, pinceles…y empezar a pintar nuestra casa.
Todavía recuerdo la cara de mi psicólogo cuando le expliqué que había empezado a pintar la casa. Y que estaba de la mañana a la tarde haciéndolo, con lo que por la noche estaba agotada y sin sufrir ningún ataque de ansiedad. Su respuesta en lugar de felicitarme, por haber ocupado mi tiempo en algo, fue totalmente contraria. Me dijo que mal, que lo que tenía que hacer es parar totalmente y dejar que los ataques se produjeran, que incrementando mi actividad física lo único que estaba haciendo era ralentizar mi recuperación.
Se trataba nuevamente de una negación por mi parte a mi enfermedad. Me quería autoconvencer que esta baja eran unas vacaciones para recuperarme del agotamiento que tenía. El parar y sentarme a esperar los ataques hubiera sido el primer paso para aceptar mi enfermedad.
No fue hasta tres semanas más tarde que acepté mi enfermedad. Si, tres semanas. Y ocurrió en una comida con amigas. En la comida les explique que estaba de baja desde hacía tres semanas por un cuadro de estrés y ansiedad y que había aprovechado este tiempo parta pintar la casa. Tras explicarlo su cara fue un poema, me miraron como si estuviera loca. No entendían porque en lugar de aceptar que estaba enferma y hacer caso al psicólogo parando toda actividad, me había puesto a pintar la casa, que era ridículo.
Escucharlas fue como verme reflejada en un espejo y algo cambió en mi interior. Por primera vez acepté que estaba enferma y que no podía seguir huyendo de los síntomas, si quería curarme debía dejar que estos aparecieran, ya que era el paso previo para empezar a controlarlos. Fue a partir de entonces que acepté la realidad, tenía una enfermedad psicológica y necesitaba tratarme para poder curarme.
Consejo: El primer paso de nuestra recuperación es aceptar que estamos enfermos
Al igual que en toda enfermedad física, en el caso de las enfermedades mentales y entre ellas las adicciones, el primer paso para la recuperación es aceptar que uno tiene un problema. Puedes rodearte de millones de personas que ven que tienes un problema, que intentan demostrarte que tu sintomatología muestra una patología, pero si tú no aceptas que estás enfermo nunca podrás curarte.
En mi caso yo necesité tres semanas para asimilar lo que me estaba pasando y dejar de negar la realidad. En ese momento dejé de caer en el pozo donde estaba sumida e inicié el proceso de mi recuperación, y espero de mi nueva vida.
Como resumen de este primer capítulo me gustaría destacar estos mensajes:
1- No hay super hombres o super mujeres. Nuestro esfuerzo es finito
2- En muchos casos, nosotros somos nuestro peor enemigo. Hemos de aprender a querernos más.
3- Hay que saber pedir ayuda cuando vemos que las cosas nos superar
4- No preocuparse por el futuro, esperar que las cosas ocurran y entonces ocuparse “No ponerse la tirita antes de tener la herida”
5- Las enfermedades mentales son tan enfermedades como las físicas, y necesitan de tratamiento. No hay que avergonzarse de sufrir un cuadro de ansiedad como nadie se avergüenza de sufrir un infarto.
6- El primer paso de nuestra recuperación es aceptar que estamos enfermos
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